8.7.07

CRÍTICA EN LA NACIÓN

Efectivo y a pura emoción
Nuestra opinión: buena

A diferencia de lo que pudo haber ocurrido en años anteriores con productos como Chiquititas o Floricienta , esta vez Cris Morena amplió un poco la mirada y apuntó a preadolescentes y adolescentes con su Casi ángeles , el musical que llegó al Gran Rex con algo de la impronta que tiene el programa televisivo, pero mucho más apoyado en lo musical. Es cierto que los más chicos no quedan desatendidos -sobre todo porque sus gustos difieren cada vez menos de los de los más grandes-, pero son los adolescentes del grupo los que atraen a las cientos y cientos de chicas de entre 12 y 15 años que llenan el teatro en cada función.
Aunque no caben dudas de que los protagonistas de la historia son los personajes que encarnan con soltura y simpatía Emilia Attias (Cielo) y Nicolás Vázquez (Bauer), por momentos ceden su lugar al grupo de jóvenes que encabezan Mariana Espósito y Juan Pedro Lanzani, para que la euforia hormonal explote arriba y abajo del escenario. Hecho que sucede y que queda más que evidente por el nivel de excitación de ese público cuando aparece cualquiera de los integrantes del elenco sobre el escenario, pero si es varón, mucho más, y si ese varón es Lanzani, el desborde emocional llega a dejar a varias niñas al borde de las lágrimas. Este fenómeno también se da con la parte femenina del elenco, más explicable desde el lado de la identificación; basta con mirar la ropa, las botas y los peinados de las pequeñas espectadoras y de las actrices.
Así y todo, de ninguna manera se puede explicar el éxito de Casi ángeles sólo desde ese punto de vista, porque la razón está tras bambalinas, en el corazón de esa tremenda maquinaria que Cris Morena sabe poner tan bien en marcha. No es otra cosa que una ecuación bien lograda de música, baile, romanticismo, poesía, ternura y humor, y por supuesto, todo el apoyo técnico que se necesita para que cada uno de esos rasgos tome la forma y la dimensión buscada para llegar directa y contundentemente a esas chicas a las que les gusta despegarse de las butacas para mostrar pancartas y gritar fidelidades.

Buenos y malos
Así, en un marco de producción muy bien realizado con grandes estructuras que en principio pintan una ciudad fabril algo devastada para luego trocar por la guarida de unos malísimos secuestradores, transcurre una historia dibujada con trazos demasiado gruesos, que enfrenta a los chicos de esa ciudad con tres temibles personajes que, por supuesto, serán vencidos y encerrados por Cielo, Bauer y el grupo de jóvenes.
En las situaciones menos musicales aporta, y mucho, la experiencia y el oficio -transformado en indudable gracia- de Julia Calvo y Alejo García Pintos, quienes se meten en la piel de los pillos de la historia. Ahora bien, con tanta producción puesta en escena (por ejemplo, los efectos de vuelo están de verdad sumamente bien logrados), tanto detalle cuidado y equilibrado, entre climas y emociones, el hilo narrativo de la historia lleva las de perder, ya que no se le da el mismo tratamiento que al resto de los elementos de la propuesta. Gran parte de los diálogos son inverosímiles y aparecen descolgados y flotando en la nada, sin responder a otra necesidad que justificar y darle entrada a un nuevo tema musical, una nueva propuesta escénica. Tanta desatención confunde y lo que de verdad es un buen producto corre el riesgo de convertirse en sólo una acumulación de bombas de estruendo para lograr puro shock.
Así, de un endeble hilo narrativo se cuelgan las canciones y las coreografías, que son el nudo del espectáculo, que se reproducen en dos enormes pantallas de video que cubren casi totalmente las paredes laterales del teatro y multiplican efectos y sensaciones. Hacia el final del show, son tantas y tan grandes las emociones que nadie se pregunta por la historia.

Verónica Pagés

Fuente: La Nación